Como hemos visto en
entradas anteriores,
la principal dificultad que entrañan estos siglos es la falta de
documentación para su estudio. Existen ciertos testimonios que podrían
ayudarnos a estudiarlos, pero confiar ciegamente en ellos sería un
ejercicio de insensatez. Es decir, estos testimonios suelen carecer de
fiabilidad histórica. Seguidamente exponemos las principales:
Los
cartagineses emprendieron diversas intentonas marítimas cuya meta era
alcanzar el África occidental. La más conocida es la que llevó a cabo
Nekao II (612 a.C aprox.). Un siglo después (470 a.C), el persa Sataspés
fue condenado por su tío Jerjes a llevar a cabo la vuelta a Libia
(África). Su viaje no debió de obtener los objetivos deseados o no debió
hallar nada concreto de interés, pues Jerjes acabó empalándolo.
Posiblemente su viaje se detuvo en la Columnas de Heracles (estrecho de
Gibraltar).
De esa misma época
(siglo V a.C) tenemos constancia de un viaje de circunnavegación más
importante: el periplo de Hannón. Este texto griego traducido del púnico
y hallado en un templo de Cartago, expone una serie de episodios
bastante pintorescos. Algunos autores han tomado al pie de la letra el
relato de Hannón y han creído identificar en sus descripciones el río
Senegal (un río habitado por cocodrilos e hipopótamos) o el volcán de Camerún (rodearon una montaña encendida llamada el Carro de los Dioses).
Pero lo cierto es que el relato de este periplo no nos dice nada
concreto sobre el África negra. Las evidencias indican que existían
colonias comerciales cartaginesas en la costa atlántica africana, y que
éstos practicaban el comercio mudo con los autóctonos. Pero esto solo
nos indica la existencia de un tráfico notable con bereberes o negros
residuales de la costa. Es decir, estos intercambios se limitaban al
litoral y nunca los cartagineses se adentraron en tierras africanas (al
menos no hay constancia de ello). Además, el tipo de embarcaciones que
se empleaban en aquella época indica que aquellas naves no pudieron
sobrepasar el cabo Juby.
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Localización del Cabo Juby |
En
definitiva, son muchas las pruebas que apuntaban a la falsedad del
relato de Hannón que ha llegado hasta nosotros sobre lo ocurrido tras la
colonización de la costa marroquí.
Otro
viaje interesante es el que emprendió el historiador griego Polibio y
que ha llegado hasta nosotros gracias a Plinio el Viejo. Tras la caída
de Cartago en el siglo II a.C, los romanos encargaron al historiador
griego recorrer las colonias púnicas de la costa atlántica africana.
Polibio bordeó la costa, enumerando los ríos con los que se topaba, uno
tras otro, con suficiente precisión como para que podamos identificarlos
relacionándolos con sus nombres modernos. En este viaje Polibio también
menciona el "Carro de los Dioses", que es, sin duda, el Anti-Atlas. Su
periplo se detuvo en el cabo de las Hespérides, es decir, en el Cabo
Juby.
Pero este punto concreto, que
nos indica a las claras que los periplos de aquella época no avanzaron
más allá de este cabo, tiene una relación destacada con el África negra.
Es en estos parajes donde convergían todas las rutas transaharianas.
Otro
testimonio es el del alejandrino Ptolomeo, que trazó un mapa de África
que serviría de referencia para los occidentales durante toda la
antigüedad y parte de la Edad Media. Sin embargo, este mapa no se
correspondía netamente con la realidad geográfica del continente
(alargaba las costas, dibujaba el mar Índico como un mar cerrado,...).
Las
rutas comerciales terrestres, cuyo origen se pierde en la noche de los
tiempos, y que están jalonadas de representaciones rupestres de carros,
descienden en dirección sur.
Henri Lhote señaló tres rutas principales:
- Del Nilo hacia el Chad y los Grandes Lagos.
- La ruta del Fezzán hacia Chad, Níger Medio (Gao) y la falla de Benué.
- La ruta del sur marroquí (Sidchilmasa) hacia el alto Senegal y el Níger, atravesando el Adrar mauritano.
Eran los líbico-bereberes los encargados de explotar estas pistas con el firme objetivo de dirigirse a
Bilad al-Sudan,
el País de los Negros, donde valiosas mercancías les esperaban
tentativas. Pese al celo con el que estos comerciantes guardaron el
secreto de sus rutas, Herodoto nos narra un viaje realizado utilizando
una de ellas. Es un relato que dio origen a uno de los más persistentes
errores de la cartografía africana. Desde ese momento, se consideró que
un ramal del Nilo tenía sus fuentes, muy alejadas, hacia el oeste y que
cruzaba todo el continente hasta unirse con su curso madre, que
desembocaba en el Mediterráneo. Este convencimiento sobrevivió hasta el
siglo XIX.
Los
romanos, que llegaron a controlar toda la parte septentrional del
continente, apenas se acercaron al gran desierto. Al otro lado del limes
(frontera romana), pululaban las tribus nómadas que hostigaban las
zonas de pasto de las altas mesetas y el Tell durante el verano, aun
cuando no disponían todavía de camellos.
Nos referiremos a estos nómadas como gétulos y, cuando hablemos de los grupos del
Fezzán,
garamantes. Estas tribus ofrecieron un refugio seguro para aquellos
rebeldes que se resistían al dominio de Roma. Algunos autores, como
Duveyrier,
han sostenido que la naturaleza de esas personas era negroide. Lo que
es seguro es que ocupaban una posición privilegiada entre Cartago y el
hinterland africano.
Herodoto describe algunas de las costumbres de estos nómadas, así como sus peculiaridades más llamativas.
A
lo largo del siglo I a.C y el I d.C, los enfrentamientos entre romanos y
garamantes fueron la tónica habitual. Se sabe que los romanos
patrullaron por el desierto durante largas campañas, pero no hay nada
que nos haga pensar que llegaran más allá del Sáhara. Sin embargo, estos
desplazamientos por las áridas tierras del desierto nos hace pensar que
ya en esta época existía, probablemente, un nuevo medio de locomoción
que posibilitaba largas incursiones transaharianas: el camello. Pese a
haber sido introducido por los persas en Egipto alrededor del siglo VI
a.C, la adopción del camello se hizo de forma muy lenta por las
poblaciones saharianas. Llegó al
África sudánica
poco antes del inicio de la era cristiana y no fue hasta dos o tres
siglos más tarde que su uso se generalizó, alterando inexorablemente el
equilibrio existente hasta entonces en el desierto. Estas nuevas
monturas permitieron aumentar considerablemente la autonomía de las
incursiones, las tribus nómadas iniciaron de nuevo su penetración hacia
el sur (que se acentuó en el siglo VI, cuando parece que se produjo una
agravación de la aridez del Sáhara).
Entre
los pueblos saharianos destacan los tuaregh y los bereberes zenata.
Mientras los romanos se limitaban a controlar la orilla occidental del
Mediterráneo, los bereberes, provistos de esas naves del desierto que
son los dromedarios, dotados de una portentosa movilidad, se
interpusieron entre el mundo romano -que luego sería bizantino- y el
oeste de África. Controlaron las rutas caravaneras, saqueando, cuando lo
estimaron oportuno, los establecimientos de los pueblos sedentarios y
convirtiendose así en unos intermediarios tan útiles como peligrosos.
El
caso de los tuaregh, hoy musulmanes, presenta una curiosidad harto
interesante. Los primeros de ellos parece que conservaron vestigios de
una religión anterior, judaica o cristiana. Lo que nos lleva a
considerar la posibilidad de que misioneros
aksumitas llegaran
a contactar con ellos saliéndose de las habituales rutas imperiales y
corroborando la intensidad de intercambios interconinentales.
Por
otro lado, algunas colonias de judíos perseguidos llegaron hasta
Senegal y la región del Futa, y algunos se establecieron en los oasis
como artesanos o comerciantes, en tanto que los que habían penetrado más
al sur se fundieron progresivamente en el bloque negroide.
Pero, ¿qué sucedió durante los siglos oscuros al sur de esta franja rebosante de contactos?
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Estatuilla hallada por J.P Lebeuf | | | | | | |
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Río Chad y Logone |
En
este caso, la arqueología arroja un poco de luz al asunto. A partir del
siglo VII aproximadamente, grupos inmigrantes negros, provenientes de
los oasis del norte, y espoleados por la presión de los bereberes,
llegaron en oleadas sucesivas a orillas del bajo
Logone y al delta del
Shari,
donde se instalaron. Eran cazadores que empleaban lanzas y arcos, eran
también agricultores, pescadores y, según la leyenda, gigantes
prodigiosos. Al parecer, encontraron en la zona a hombres de baja
estatura, de los que no se ha descubierto ningún resto. Provenientes del
norte, crearon una civilización vigorosa y muy notable para la época:
se han exhumado un gran número de estatuillas y de máscaras de terracota
y joyas de bronce colado según el método de la cera perdida. La
maestría de las técnicas metalúrgicas demuestran la existencia de una
larga tradición. También en el moldeado del barro muestran una rica
inventiva y un gran virtuosismo plástico que han quedado plasmados en
extraordinarias cabezas rebosantes de intensa vida y que al
contemplarlas nos preguntamos si están movidas por el humor o por el
misterio. Su morfología no deja lugar a dudas de que los artistas que
las crearon eran negros y se desenvolvían en un mundo negro. Además, sus
congéneres han dejado una serie de alturas fortificadas que son
elocuentes testigos de las luchas entre pueblos, que se disputaban las
zonas húmedas de los alrededores del lago, tan propicia como hábitat, y
denotan asimismo que estos pueblos habían alcanzado un nivel de
organización social avanzado en el que el patriarca había cedido su
puesto al jefe político. Sus descendientes actuales, algunos de los
cuales todavía habitan sobre los emplazamientos de las antiguas ciudades
fortificadas, son los kotoko de Chad y de la República de Camerún.
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Figura de terracota de Nok |
En
las proximidades de Nok, en la provincia de Zaria (Nigeria), fueron
descubiertos miles de piezas de alfarería y cabezas ejecutadas con un
naturalismo que presagia ya las maravillas de
Ife.
Los sucesivos niveles de restos hallados en Nok denotan una prolongada
ocupación de estos lugares y un dominio, muy antiguo, de las técnicas
del hierro. El descubrimiento de aradas indica la existencia de una
importante actividad agrícola. Otros vestigios nos permiten saber que se
practicaba la cría de animales domésticos y que había un gusto
acentuado por los adornos.
Para
terminar, vemos que los denominados siglos oscuros fueron un hervidero
de actividad en el Sudán occidental y central. El comercio transahariano
empezó a articular una red de intercambios que sería decisiva en el
devenir de la zona sudánica y en los estados que allí se erigirían.