África tiene Historia


Admito que mi interés por la historia africana radicó en un primer momento en la habitual curiosidad que despierta lo desconocido. Un desconocimiento inherente a nuestra sociedad, una ignorancia que se perpetúa en el tiempo y de la que sólo unos pocos logran escapar. También admito que la palabra “África” evocaba en mi interior los mismos prejuicios, clichés y estereotipos de siempre: el africano como un ser salvaje, una suerte de bárbaro que vive en la intemperie, lidiando con fieras y cazando enormes animales mientras a su alrededor un escenario exótico y onírico dibujaba los perfiles de un paisaje de pureza primordial. Luego crecí, y estas imágenes paradisíacas dieron lugar a la de los guerrilleros sin escrúpulos y a los niños famélicos y enfermos. Sí, eso es lo que nos muestran las noticias, es lo que percibimos de un continente al que todos tendemos a etiquetar con adjetivos que abarcan desde lo magnifico hasta lo peyorativo, siendo ambos igual de nocivos para el conocimiento de la realidad africana. Luego seguí creciendo, y mi curiosidad por un mundo de ensueño demudó en una curiosidad sincera y preocupada. No preocupada por ayudar a los pobres africanos, sino preocupada por cuál era su realidad histórica, por encontrar la verdadera imagen que se esconde tras las sombras de nuestro pensamiento occidental y egocéntrico.

La inmensidad de África
¿Cuántas Penínsulas Ibéricas
cabrían en su interior?
Tras un lapso de tiempo demasiado largo sin materializar mi interés en nada concreto, fueron las clases del profesor Ferran Iniesta (basta poner su nombre en cualquier buscador para cerciorarse de la importancia que tiene su persona en la divulgación y el conocimiento de África y su historia en nuestro país) las que acabaron de encender esa llama de curiosidad que ardía tenuemente en mi interior. Iniesta me enseñó que África tiene historia, una historia tan rica e ingente que tan solo podemos contemplarla con los ojos entreabiertos, con la lentitud y parsimonia de quién despierta tras un sueño placentero. Muy posiblemente la Historia de África tenga un efecto en nosotros parecido a lo que nos ocurre al contemplar directamente el disco solar, una ceguera momentánea y abrumadora que primero provoca pestañeos instintivos y después deja diminutos puntos luminosos en las retinas. Ante el astro destellante que es la Historia del África negra, tenemos que armarnos con gafas oscuras y prepararnos para recibir un aluvión de rayos refulgentes teñidos de sucesos históricos desconocidos. África no es un país, ni un todo homogéneo e inalterable. África es grandiosa y su historia pertenece a todos, pues los primeros humanos fueron africanos y nosotros no somos más que los descendientes de aquellas primeras personas que hollaron tierras africanas miles de años atrás. Nosotros somos africanos en alguna medida, por muy insignificante que esta sea. No es momento de compadecernos y de llorar las desgracias que tienen lugar allí mientras cerramos los ojos a lo bueno que ocurre. No es momento de ayudar al negro para, egoístamente, sentirse mejor con uno mismo. No es momento de juzgar sus conductas o acciones. Antes de todo esto, tenemos que conocer su historia, pues no podemos conocer a un pueblo o a un individuo sin observar su pasado. Las situaciones actuales no pueden explicarse sin tener en cuenta la larga evolución que ha conducido a ellas. 


Ciertamente, tenemos que desprendernos del mito de la pasividad histórica de los africanos y, en especial, del de los negros. África no ha permanecido inmóvil miles de años. Tampoco es cierto que sus procesos históricos los suscitaran protagonistas externos de piel pálida. No, los africanos fueron capaces, como toda la humanidad, de crear estructuras, de destruir barredas o toparse contra ellas, y de labrarse una historia injustamente ignorada. Tal vez sorprenda el nivel de desarrollo de sus sociedades históricas, quizás algunos de sus logros sean difíciles de asimilar en un primer contacto. Sin embargo, lo más probable es que los episodios de su historia, entrañables en muchos casos, nos hagan abrir los ojos y pensar en lo burdo que resulta pensar en el africano como un hombre de piel oscura, de musculatura portentosa, armado con un arco y sin más preocupación que la de su propia supervivencia. África es mucho, mucho más. África tiene historia, y aquí intentaremos contarla con humildad.

«La historia dirá un día su palabra...África escribirá su propia historia» Patrice Lumumba.

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