miércoles, 23 de mayo de 2012

Reflexión acerca de la difusión de la Historia africana

Son pocas las personas que conocen la historia africana anterior al período colonial. Durante años se consideró que tal historia no existía, que la sociedad africana se había mantenido inmóvil durante siglos, sin avanzar ni retroceder, estancada en un estado inferior a Occidente, una condición que rebajaba a África a la condición de niño huérfano necesitado de una mano que le diera de comer y un hombro en el que apollarse.

Este desconocimiento puede entenderse en un contexto colonial y postcolonial, donde el eco de las actuaciones de los diversos actores internacionales aún retumbaban con el clamor característico de una pretendida superioridad congénita. Sin embargo, actualmente, el estado del conocimiento de la historia africana por parte del ciudadano medio es igual de exiguo y pobre que hace una, dos y tres décadas. Existen personas interesadas, islotes perdidos en un mar de oleaje incierto, que por iniciativa propia se han adentrado al estudio o, simplemente, a la lectura de aquellas obras que pretenden iluminar el pasado africano. Pero este grupo de individuos es reducido, muy pequeño, y cuando pretenden hacerse oír en sus comunidades o círculos cercanos ve como el resto los miran raro, como si interesarse por África fuera tan exótico como aquellas personas oscuras y semidesnudas que viven allá abajo, entre el calor abrasador de la sabana y el dolor infernal de un estómago vacío.


Los estigmas y etiquetas acompañan -y me temo que acompañaran- al continente africano durante años. Quienes se preocupan por África lo hacen desde una vertiente paternal de protección y ayuda al desarrollo -muchos de ellos, al menos- y en pocas ocasiones se preguntan acerca de la cultura o la historia propias de aquellas gentes a las que tienden la mano. Pretendemos exportar un modelo de vida occidental a un lugar en el que es imposible hacerlo. Desde el siglo XV, los europeos -hablo en términos generales- no hemos hecho más que destruir unos modos de vida y una ética moral que, pese a alejarse de nuestros modelos habituales, funcionaba a la perfección en aquellas antiguas sociedades. África es África, no Europa, y preservar su identidad debe ser, en mi opinión, una de las prioridades tanto de los africanos como de quienes se preocupan realmente por África.

Dicho esto, llegamos a un punto en el que es adecuado preguntarnos con qué medios disponemos para informarnos acerca del bagaje histórico y cultural africano. Un paseo por la Biblioteca de la Facultat de Historia y Geografía de la Universidad de Barcelona ya nos dibuja un panorama bastante desolador. Ahí, África tiene reservada para sí un tercio -si llega- de una estantería de no más de tres metros y medio. En la parte de delante encontramos las obras en castellano, que llenan los anaqueles hasta el suelo. Echamos un vistazo y vemos que, en su mayoría, se trata de obras generales sobre historia del África Negra, aunque también hay muchos volúmenes dedicados exclusivamente al Magreb. Entre estas obras, encontramos trabajos más específicos referidos a la cultura, las artes e incluso el imaginario africano. Parece, a primera vista, que la biblioteca no está mal surtida de contenidos. Sin embargo, acercamos la nariz a los lomos de los libros y vemos que la gran mayoría están repetidos y que, si en la estantería solo hubiera un libro de cada, bastaría con dos o tres anaqueles para llenarlo todo. Además, la mayoría de las obras son antiguas, muy antiguas, y se conservan en un estado discutible. Los volúmenes de mejor aspecto son las últimas publicaciones en castellano de autores como Ferran Iniesta. Pese a todo lo negativo, en esta parte de la estantería encontramos material suficiente como para poder informarnos acerca de la historia africana debidamente bien.
Si pasamos al otro lado del pasillo, encontramos los volúmenes que corresponden a etapas o lugares específicos de África. Aquí, las obras en francés e inglés son las predominantes. Todas ellas -excepto un par o tres- también son antiguas, aunque se conservan mejor. Supongo que al ser obras en idiomas extranjeros no han sufrido el trajinar frenético que imprimimos los estudiantes a los libros de la biblioteca. Aquí encontramos las obras que pueden hacernos profundizar en nuestros conocimientos. Pero, si no conocemos dichos idiomas, estamos totalmente perdidos.

Un ejemplo:
En tercero de Grado, los alumnos de la UB tienen que asistir a la asignatura de Historia de África. En esta asignatura se pide un trabajo en el que la bibliografía es fundamental. Quizás un alumno opta por leer a Iniesta -profesor, por cierto, de esta asigntura-, Oliver & Fage, Davidson o Ki-Zerbo y en sus palabras encuentra una motivación inesperada. Algo de la historia africana le ha llamado la atención y, tras hacer un trabajo sobre el Imperio de Mali recurriendo a las obras generales en castellano (las antes citadas más el volumen IV de la H.G.A de la UNESCO), decide que le interesa aprender más, por su cuenta, sobre aquel vasto imperio que dominó el Sudán occidental durante siglos. Acude a la biblioteca y solo halla obras en otros idiomas. Su ímpetu desaparece, encoge los hombros y se olvida del imperio de Mali y de todo lo que acababa de aprender.

Con esto quiero decir que, en este país, se ha hecho muy poco por la difusión de la historia africana. Si exceptuamos la labor de Ferran Iniesta (entre otros) que, por cierto, es el donador de la gran mayoría de libros que encontramos en la UB, el panorama es desolador. Aprender otros idiomas se hace fundamental, si no obligatorio, para poder leer más sobre temas concretos de la historia africana.

Así pasamos a otro asunto. La educación. Y es que, ¿cuántos de nosotros hemos recibido en el colegio o el instituto una lección sobre historia africana? La respuesta es sumamente fácil, a la vez que dolorosa: ninguno. Más allá de la trata de esclavos, de la conferencia de Berlín y del Apartheid, poco nos enseñan sobre África. A veces se hacen jornadas que, vestidas del trillado espíritu de benevolencia y filantropía occidental, pretende concienciar a los niños de lo afortunados que son al vivir en un mundo en el que no les falta de nada mientras, más allá del Mediterráneo, hay chiquillos como ellos luchando por sus vidas. Esto es desolador, pero entendible. Es decir, puedo llegar a entender que el conocimiento de la historia africana no sea algo fundamental en la formación de los niños, pero al menos en las asignaturas de ámbito universal el continente africano puede reclamar un protagonismo que no tiene actualmente.


Personalmente, como apasionado de la historia africana y como estudiante universitario, creo que los contenidos sobre el continente deberían aumentar tanto en secundaria como a nivel universitario. No pido asignaturas obligatorias impuestas a los alumnos, sino que éstos tengan la posibilidad, si quieren, de elegir asignaturas optativas que les permita saciar su curiosidad. En mi caso particular, tengo suerte de que Ferran Iniesta sea mi profesor y que pueda dirigirme a él para consultarle y recibir orientación. Pero aún así, el poco bagaje que tengo en cuestiones africanas me deja por momentos aturdido y atolondrado cuando el caudal de información me desborda por todos los lados, dejándome a mí, que leo cada día sobre África y su historia, descolocado y perdido como el náufrago que no alcanza a vislumbrar la tan deseada orilla. Y pienso en aquellos que quieren aprender sobre África, y me estremezco al pensar en lo difícil que lo tendrán cuando empiecen a buscar los medios con los cuales aumentar sus conocimientos y saciar su interés. Pero deseo con fervor que cada vez seamos más quienes nos interesamos por África y su historia y, así, poco a poco, empecemos a reclamar el lugar que le corresponde legítimamente en la educación de nuestro país. En los próximos años -y aquí estoy haciendo un ejercicio quimérico y casi utópico- espero poder decir que estoy contribuyendo a su difusión, ya sea como historiador o como escritor, pero siempre con África en mente. Y espero poder hablar con alguien más que conmigo mismo sobre las cuestiones que me preocupan de ese maravilloso continente que vio nacer a la humanidad.

2 comentarios:

  1. Aquí escribe un islote perdido, como tú dices ;)

    Entiendo perfectamente tu frustración y hasta diría cierta indignación por la indiferencia, el desinterés que rodea a todo lo concerniente al África negra. Cuántas veces habré pensado lo que tú has expresado en esta entrada.

    No obstante, no sé si peco de ingenua, pero algo me dice que la norma puede variar de aquí a unos años ya que suelo leer que el siglo XXI será el siglo del continente negro y es verdad que, estando Occidente en crisis , muchas miradas comienzan a desviarse al Sur en busca de nuevas "Tierras Prometidas". Ojalá no sea para seguir explotando sus recursos quitando a su población las riendas de su vida, sino con curiosidad y humildad (fuera paternalismos, por favor).

    Sigo tu blog desde hace unas semanas, creo que más o menos desde que lo iniciaste, y te animo a que sigas escribiendo para que esta neófita filoafricanista no se sienta sola en su interés por el continente.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Gracias por seguir el blog, Ana, es agradable saber que hay gente que comparte este interés/pasión por África y su historia. Yo también soy un neófito pero me estoy esforzando cada día más para lograr entender un poco mejor el mundo africano. Espero seguir escribiendo y aportando mi granito de arena en la difusión de la historia africana. Agradezco mucho tu comentario.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar