El principal problema de estas fuentes,
sin duda las más antiguas que existen, -¿Acaso no fue antes la palabra hablada
que escrita?- es definir aquello que narran cronológicamente, enmarcar la
información en un escenario temporal concreto. Con excepción de los listados
genealógicos monárquicos, los textos orales africanos se caracterizan por su
aparente atemporalidad, debido principalmente a su función social
ejemplificadora. Por lo tanto, tal y como dice Iniesta, una de las tareas del
historiador es resituar en un contexto sociohistórico cada uno de esos grandes
supervivientes de la tradición africana.
Hablemos ahora de algunas nociones interesantes
que conviene tener presentes cuando hablamos de esta memoria oral*.
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Sunyata o la epopeya mandinga de Djibril Jamsir Niane |
Se calcula que la memoria oral tiene un
alcance de unos doscientos años. Sin embargo, la transmisión de un mito puede
durar mil años (como ocurre con Sunyata Keita).
En África, existe una tendencia a
recordar individualmente a los reyes de estados, pero el orden en que son
recordados puede no ser cronológico. Hay algunos casos en los que incluso se
les puede atribuir victorias, acciones y sucesos que engrandecen su figura y
que no fueron obra suya. Es decir, se atribuyen a ciertos reyes acciones
venerables que hicieron otros.
Un ejemplo de esto es Da Monzon Diarra,
rey de Segu. En “L’Épopée de Segu” de Adame Bá Konaré, se nos explica cómo un
personaje lamentable –el mencionado Monzon Diarra- pudo mantenerse en el poder
y en el gobierno recurriendo a trampas, engaños y ardides maliciosos. Esto
sugiere la siguiente pregunta: ¿Por qué tenemos más información de este rey que
de reyes anteriores que fueron realmente más notables que él? La explicación la
encontramos en la sociedad africana de entonces, donde había personas,
personajes históricos en este caso, que se convertían en receptáculos de hechos. A ellos todo se les atribuía. Tengamos en
cuenta que en 1800 el poder se mantenía poniendo en práctica valores indignos y
negativos, algo que no pasaba en época clásica y que, por ello, las hazañas de
Sunyata Keita son recordadas con un ánimo diferente. El recuerdo de Sunyata es
grato entre los descendientes de su
pueblo. Sacó a los campesinos de sus campos, los elevó a la columna militar y
creó un gran imperio. Además, su figura acumulaba valores tales como la
amistad, la integridad y un potencial mágico que utilizaba positivamente.
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Griot wolof con su kora, Dakar, 1910 |
Entre los cuidadores y transmisores de
la palabra, aquellos que conocen la historia y la enseñan, aquellos que sacan
las lecciones del pasado que creen convenientes, existen dos alas:
1. Griot: quién explica y canta. El narrador.
Acompañan sus narraciones con música de cuerda o percusión suave (balafong-la,
kora). Eran un “saco de palabras”, guardaban la verdad y solo la ofrecían
cuando la persona que los escuchaba podía aprovechar esos conocimientos. La
verdad, pues, era selectiva en sus destinatarios; algunos no podían entenderla o
podían hacer un mal uso de ella.
2. Bëlën Tigui: depositarios de Kuma. Son quienes mejor preservan la tradición oral. Algunos autores han
trabajado en torno a ellos: Camara Laye, Amadou Hampaté Bâ o Djibril Jamsir
Niane, son algunos ejemplos.
Como estamos viendo, tenemos que
abandonar nuevamente nuestras ideas preconcebidas y nuestros prejuicios acerca
de la tradición oral. Los textos orales no son diferentes de los escritos;
tienen los mismos defectos y las mismas virtudes (con muchas salvedades y
excepciones, por supuesto).
Llegados a este punto, es interesante
dedicar algunas líneas a la visión que los africanos han tenido de las
bibliotecas. El hecho de almacenar el conocimiento en lugares específicos al
que todos pudieran recurrir es una idea que choca con el tema que hemos visto
anteriormente sobre la transmisión selectiva de la verdad (no todo el mundo es
capaz de entender los textos o de aprovecharlos de manera bienintencionada). En
la concepción africana, la gente no preparada, ética y moralmente, no podía
acceder a cierta información porque el uso que harían de ella podría llegar a
ser catastrófico. Nadie debería acceder a conocimiento si no está cualificado,
sobre todo moralmente.
Por todo esto, los Bëlën Tigui
preservaban celosamente sus saberes y se ponían fuera del control directo de
los poderes centrales, instalándose en muchas ocasiones en intersecciones entre
diferentes poderes. Esto sucedió después de la época clásica, la de los grande
imperios, cuando a los jefes se les transmitía con total seguridad estos
conocimientos. La llegada de los europeos y la posterior militarización de las
sociedades africanas acabó parcialmente con este hecho.
En conclusión, la memoria oral es muy
válida siempre y cuando sepamos abordarla. Existen trabajos que han plasmado
algunas de estas tradiciones, sin embargo, el paso de los años nos ha ido
privando de aquellas personas que guardaban los secretos del pasado africano.
«En África, cuando muere un anciano, se quema una biblioteca» Amadou Hampaté Bâ.
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